Viacrucis en el transporte público…
MORELIA, Mich., 26 de diciembre de 2016.- El que se sube a una combi en Morelia no sabe qué esperar. Siendo razonables, en ningún transporte público del mundo se sabe: somos los usuarios individuos llenos de incertidumbre ante el recorrido, y el proceso de mentalización inicia desde que se toma la decisión de salir de casa.
Sin embargo, la peculiaridad del transporte en la capital de Michoacán le vale una referencia especial, en el marco de la solicitud que los choferes han hecho para el aumento del pasaje, que pasaría de 7 pesos, a costar 8.
Para dirigirme a mi trabajo debo usar las combis a diario. Luego de la espera en la parada estiro el brazo, el vehículo se detiene y se abre la pequeña puerta blanca tachada con una cinta guinda.
Cada que hago esto a las 6 horas puedo contar con que tendré un trayecto agradable. La madrugada apacigua los humores, o más bien, nadie ha despertado del todo, por lo que los choferes manejan con calma, la gente no habla y la amabilidad abunda. El único trayecto al que puedo tildar de bueno es este, ni media hora más. A las 6:30 el hacinamiento se hace presente. Así crece y empeora durante la jornada, hasta el otro día.
Y es que, a las 20 horas, la historia es otra: hacerse un puesto en la combi se convierte en deporte extremo, o tal vez en suerte divina, en una clase de preferencia del Universo por ti.
Una noche, después de intentar detener a ocho combis que llevaban gente hasta mucho más de su capacidad, y que pasaron cada 20 minutos y no siete, como se supone deberían, un chofer se apiadó de mí, aunque cuando abrió la puerta no supe si agradecerle: el automotor desbordaba personas, pero la desesperación después de esperar por casi dos horas me llevó a intentar ingresar.
Esa historia se repite a diario, sea que esperes una o cuatro. Las horas pico, la cantidad de gente y la pequeñez de estas vans se juntan para uno de los viajes menos placenteros que tendrás. Todo dependerá, por supuesto, de las rutas y las horas, pero no hay nadie que no haya experimentado esto.
Entre empujones logro ingresar a la unidad. No hace falta que me agarre de las barandas, la misma gente me sostiene y al estresante ambiente se le añade la mala cara del chofer, por no poder pasarle de inmediato los 7 pesos.
A pesar de la cantidad de gente que lleva bajo la responsabilidad de su pericia al volante, parece que el apuro le llega a los pies con el peso de una tonelada y aprieta el acelerador a todo lo que da, probablemente también ante el hastío y la ansiedad de llegar al destino.
Más de uno queda a punto de caerse sobre los que están sentados ante la brusquedad cuando frenan o arrancan. El calor enloquece mientras se oye el llanto de un niño al que los padres no pueden consolar en semejante ambiente.
Ante la pesadilla de un servicio de transporte público como este, parece un chiste para los usuarios que los choferes hayan solicitado el aumento del pasaje, que pasaría de 7 a 8 pesos, aún cuando los derechos que pagan no incrementarán el año entrante.
Ellos, por su parte, alegan que desde hace tres años no ha aumentado el precio por el servicio, pero que la inflación ha generado incremento en el costo de la gasolina, los repuestos, las llantas…
No obstante, la música a todo volumen, los botones de alto que no funcionan, conductores imprudentes que hablan por teléfono y con audífonos, que se pasan la luz roja y rebasan por la derecha, los que no esperan que una persona de la tercera edad, una embarazada u otro con niño en brazos se sienten para arrancar sin piedad, fundan la opinión generalizada de los morelianos, entrevistados en diversas ocasiones por Quadratín, que se vuelca hacia la urgencia de mejorar el servicio, para sentir que el aumento es justo.