Estrictamente personal/Raymundo Riva Palacio
12 de diciembre de 2016
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9:29
Raymundo Riva Palacio/Quadratín
El candidato Meade
Raymundo Riva Palacio
La dirigencia del PRI está tanteando las aguas para la sucesión presidencial de 2018, y de manera sutil busca una modificación en sus estatutos que abra la puerta para que dentro de un año pueda ser candidato a la Presidencia quien no sea militante. Así, la dirigencia quiere colocar la primera piedra para que, eventualmente, José Antonio Meade, secretario de Hacienda, pueda ser ungido candidato del PRI, sin haber sido nunca miembro del partido y pese a haber trabajado en dos administraciones panistas. El escenario para esta intentona, será el miércoles en el auditorio “Plutarco Elías Calles”, nombrado en honor del arquitecto de las instituciones mexicanas y que gobernó transexenalmente a través de un maximato.
La dirigencia del PRI convocó al Consejo Político Nacional para que discutan, entre los temas de la agenda, las convocatorias para candidaturas para las gubernaturas en Coahuila, México y Nayarit, que estarán en juego el próximo año. Este Consejo es un apéndice del que se realizó de manera kosher hace dos domingos, para que el presidente Enrique Peña Nieto no escuchara discusiones que pudieran ser agrias, y tener una audiencia cautiva para que junto con el líder del partido, Enrique Ochoa, transmitieran dos mensajes: no adelanten la sucesión presidencial, y la Asamblea Nacional será hasta otoño. Con esto, ni prematuros ni calenturas sucesorias, ni acotamientos a Peña Nieto, como decenas de priistas querían forzar al imponer el candado al candidato presidencial de haber logrado en un cargo por mayoría electoral.
En la agenda del día está la propuesta de añadir un punto en los estatutos, que se refiere a la postulación de candidatos a cargos de elección popular, para abrir la puerta a “ciudadanos simpatizantes” que puedan ser aspirantes del PRI para diputaciones locales y ayuntamientos en 2016 y 2017. Aunque el contexto es estatal, el abrir esta puerta ahora, es allanar el camino para otoño próximo, en los prolegómenos de la candidatura presidencial.
Lo que quiere plantear Ochoa –aunque no lo reconozca- es un traje a la medida para Meade, quien acudió como invitado especial a la primera parte del Consejo Político vestido con una camisa blanca con el escudo claro del PRI, para contrarrestar dudas y amainar las críticas de que tiene un corazón azul, y no tricolor como quisieran al candidato presidencial. No hay ningún otro nombre en la parrilla de aspirantes a la candidatura presidencial al cual le beneficiaría esta modificación del estatuto en el escenario actual, y se convirtió en precandidato natural del presidente después de que al nombrarlo secretario de Hacienda, por el grupo que representa –el gran amigo y aún colaborador externo de Peña Nieto, Luis Videgaray, antecesor de Meade-, comenzó, además, a elevar su reconocimiento a nivel nacional.
El conocimiento de su candidato no es algo que le preocupe a Peña Nieto, quien hace tiempo declaró que no importa si a un candidato lo conoce el uno por ciento del electorado, una campaña detona el reconocimiento. Es cierto, y cuando se analizan las encuestas de reconocimiento de nombre, se puede observar que quien el puntero entre los priistas, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, ha venido sufriendo un rendimiento decreciente. Cuando se compara intención de voto por partido con el potencial candidato, Osorio Chong tiene casi una tercera parte del voto del PRI, lo que recuerda la elección de 2006, cuando el PRI alcanzó casi el 29% de la votación, pero su candidato presidencial, Roberto Madrazo, cayó al 22%. Bajo esas lógicas electorales, si Meade no está todavía al 50% del reconocimiento de Osorio Chong, sus negativos no son tan grandes y el espacio para crecer es amplio, mientras que el del secretario de Gobernación parece haber llegado a un límite.
Pero esta forma de ver a los candidatos del presidente no es la manera como se aprecia en términos generales en el PRI, o como se puede analizar desde afuera. Para que Meade pueda ser impuesto, se necesita llenar el requisito que marcan los estatutos. Los priistas han ido modificando la postura radical que tuvieron frente al presidente Ernesto Zedillo cuando en la 17 Asamblea Nacional en septiembre de 1996, se colocaron dos candados rigurosos: haber ocupado un puesto de elección popular a través del partido, y contar con una militancia de 10 años. Años después los priistas eliminaron el primer requisito que, recientemente, buscaron restaurar infructuosamente decenas de militantes.
Incorporar la posibilidad de postular a un “ciudadano simpatizante”, que permite ratificarlo para cargos de diputados federales, senadores, gobernadores o presidente en futuras sesiones del Consejo Político –bajo control de Peña Nieto-, no resuelve la eventual candidatura de Meade. En términos de estatutos, aún permanece el requisito de ser “cuadro”. Importante, pero salvable, si Peña Nieto quiere que sea él su delfín, como el juego de ajedrez de Ochoa está apuntando.
Los requisitos y los estatutos, como lo experimentó Peña Nieto cuando el entonces presidente del PRI, Humberto Moreira, manipuló la convocatoria para eliminar al senador Manlio Fabio Beltrones de la contienda y quedara sólo él para inscribirse, pueden ser manipulados por quien controla la burocracia. Lo que no es tan sencillo es imponer a un candidato que no es visto bien en amplios sectores del PRI, como es Meade. Peña Nieto sí podría hacerlo, si lo desea, pero se puede imaginar a qué costo: la fractura del partido y la derrota, casi por definición, en la elección presidencial.
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