¿Y la PROFECO?
Diariamente millones de consumidores mexicanos nos vemos sometidos a las arbitrariedades de todo tipo en nuestras relaciones comerciales tanto en mercados públicos como en empresas “bien” establecidas de cualquier giro comercial y profesional.Un viejo comerciante me dice que la palabra comercio deriva de comer, y sí, de comerse a los demás. Es decir a los consumidores.La retahíla de arbitrariedades y abusos por parte de comerciantes y prestadores de servicios es larga, larguísima.En mercados públicos sino te “friegan” en el peso, no te escapas en el precio. Así tenemos que en buena parte de ellos no le ponen los precios a sus productos y según te vean vestido te “clavan la uña”; y para que no te enteres del peso le ponen estampitas de cualquier santo o virgen en las pantallas o números de las básculas con caratula redonda. Dicen ellos que son usos y costumbres. Más bien abusos y costumbres.En las gasolineras de siempre sabemos que sus bombas están alteradas y despachan litros de 900 mililitros, cuando bien nos va. Existen las millonarias cifras del fraude que se comete a diario. Pero ahí queda, la autoridad no dice ni pio. Por reglamento están obligados a tener baños para el servicio del consumidor, ahora cobran de dos a tres peso s por entrar a ellos y en algunos casos más.Lo mismo ocurre en el uso de los baños en centrales de autobuses, salvo algunas excepciones de las líneas de primera que los tienen en sus salas de espera; pero para el grueso de los pasajeros que se aguanten o paguen “hasta por tirar el miedo”. Está obligación de los concesionarios se la pasan por debajo de los ejes de los autobuses. Y la autoridad ni señales dan.Las autopistas de nuestro país, profusamente promocionadas en la radio y la televisión, son un asalto en el asfalto. Cuesta subirse a ellas como en ninguna parte del mundo. Además no tienen en buena parte de ellas instalaciones sanitarias, caso de la de “jorobas”, nunca antes mejor llamada así. Y el mayor número de letreros que vemos en nuestros viajes son los que rezan “plaza de cobro, prepare su cuota”. Cuota que en temporada vacacional puede ser modificada con un simple pegote. Siempre a la alta, claro está.Los grandes centros comerciales nos tienen hartos con sus redondeos y donaciones. Bastantes ganancias tienen para que con esas donaciones quieran completar el sueldo de “sus asociados”, como elegantemente llaman a sus empleados. Ya con la brutalidad que han exterminado al pequeño comercio basta.Los bancos no se quedan atrás, nos hacen perder el tiempo en los cajeros automáticos con el tema de bécalos y con la venta de todo tipo de seguros y promociones. Hablé para que activaran mi tarjeta y la ejecutiva me ofreció desde créditos nómina hasta seguro de auto, que por (in)fortuna de momento no tengo. Quiénes son para hacerte perder tu tiempo, si uno quiere un seguro, va y se los dice y “santas pascuas en Belén”, y no tienes que estar soportando su engañosa publicidad y promociones, que si no te pones listo con lo que dice debajo de la grapa y atrás de letra chiquita de sus contratos, te “empalan” sin misericordia.Las escuelas privadas no son la excepción, nadie pone un tope al costo de colegiaturas y de inscripción, ni de libros ni de materiales; ahora ya los profesores venden ejercicios que debes descargar de internet, al precio que quieren y no se si pagan impuestos. Además quién revisa contenidos de libros y descargas.Las aerolíneas hacen lo que quieren con los pasajeros. Sobre todo las llamadas de bajo costo, de por si es carísimo el pasaje aéreo en México, y el servicio pésimo. No puedes ni siquiera preguntar el porqué de los retrasos, so pena de que te impidan viajar.No quiero entrarle al tema del cobro de los honorarios de casi todos los profesionales de las distintas disciplinas, pero quienes se llevan de todas todas en el cobro son los médicos; que bien dicen en el pueblo, “si no te limpian del estomago o de la enfermedad, es seguro que del bolsillo sí”. La ética profesional ya no cabe en sus ideales. El juramento hipocrático lo han sustituido por el “hipocritático”, hubiera dicho Mario Moreno. De Apolo, Esculapio, Higía y Panacea ni idea les queda.En otros países para evitar abusos todos los prestadores de servicios tienen un Libro de Reclamaciones en el cual se pueden señalar las malas prácticas o deficiencia en servicios o productos comprados en cualquier establecimiento. Si decides hacer uso de él se te da un comprobante y una copia es turnada por el propio regente del lugar a la oficina del consumidores, PROFECO, digamos, y eso es suficiente para instarlos a resolver y resarcir los daños, si fuera el caso.Funciona tan bien ese sistema que muchos comerciantes se “curan en salud” para evitarse broncas con la autoridad que representa a los consumidores. En Inglaterra por ejemplo, la docena del panadero incluye trece piezas de pan, para evitar que doce panes no hagan el peso correspondiente al costo de la docena por kilo. Y en la época antigua, año 1,760 a.c., el código de Hammurabi establecía, entre otras reglas en materia de protección al consumidor, la de amarrar al comerciante en la plaza pública sí hubiera vendido víveres en mal estado y arrojárselos en su cuerpo. Un correctivo “talis” que parece que invitaba al comerciante a no pasarse de listo. En el México actual no se les toca ni con el pétalo de una notificación menos de una sanción.Sólo cabe una pregunta: ¿y la PROFECO?*Licenciado en derecho, especialista en agrario; Maestro en ciencias en desarrollo rural regional; Maestro en derecho ambiental y de la sostenibilidad; Diplomado en Unión Europea. chaloes@hotmail.com