Piedra Angular/Leopoldo González
Eduardo Galeano y Günter Grass
El lunes anterior murieron dos grandes escritores: el uruguayo Eduardo Galeano y el alemán Günter Grass.
Los dos, aunque desde temples históricos y mapas culturales distintos, crearon obras literarias originales y de gran manufactura lingüística, pero además, extrañamente iluminadas por las semejanzas y las coincidencias.
Desde su propia huella, Eduardo Galeano hizo del periodismo una pasión lúdica del instinto de lo inmediato y de la literatura un deseo en trance de realización pero siempre insatisfecho. Escribió para los periódicos como se escribe para la historia de cada día, en tanto que con la pluma de la literatura alcanzó a perfilar los mundos más distantes del yo, del ayer y el mañana.
Bajo su propia sombra, y con la tremenda responsabilidad de ser uno de los herederos y artesanos de la lengua de Goethe, GünterGrass escribió novelas de un gran realismo luminoso, como El tambor de hojalata, en las que reveló los formidables poderes de la crónica literaria en la denuncia de las realidades infrahumanas que llegó a vivir el hombre del siglo XX, particularmente tras la Segunda Guerra Mundial en su natal Alemania.
Pese al extraordinario valor de la obra literaria de cada uno de ellos, tanto en algunas de sus actitudes intelectuales como en varios de sus textos, el duende de la ideología y los óxidos de la escritura panfletaria contribuyeron a restarle valor y mérito a su obra de conjunto.
La obra genuinamente artística, cuando verdaderamente lo es, aspira a la transparencia: ya no es la obra del autor ni de tal o cual circunstancia histórica, sino una obra de arte por su perfección formal, su limpieza estilística, su calidad y su inmanencia. Y, en el caso de Galeano y Grass, a veces su obra literaria se confunde con labor de divulgación ideológica o de propaganda política, por los condicionamientos y aguijones que dejó en su formación como escritores el mal llamado “realismo socialista”.
A veces el fervor ideológico oprime la inteligencia y, desde luego, la serenidad de juicio. Así, por más que resulte incómodo para algunos reconocerlo, hay pasajes y fragmentos en la escritura de Eduardo Galeano en los que la ideología se sobrepone a la creación estrictamente literaria. Y lo mismo puede decirse de ciertos pasajes y desplantes en la escritura de GünterGrass.
Por último, dicho desde la provisionalidad de este texto, uno de los fundamentos inconmovibles de la vida artística e intelectual es la libertad: la propia y la ajena, como parámetro que es de la integridad, la expansión y la realización del ser. Y, en el caso de ambos escritores, el primero no tuvo reconcomios en aplaudir la dictadura burocrática de Cuba –aunque ahí se sacrificase la libertad y la vida de muchos-, y el segundo no tuvo empacho en declarar su molestia por “la reunificación estúpida” de las Alemanias del Este y el Oeste –pese a que la del Este era controlada por carceleros de la libertad, que no dudaban en sacrificar vidas si en ello iba implícita la sobrevivencia del sistema-.
Por tanto, a escritores de la talla y la significación de Eduardo Galeano y GünterGrass, el mejor homenaje que podemos hacerles no es sólo leerlos, sino leerlos críticamente.