Piedra Angular/Leopoldo González
El Estado merece respeto
Las sociedades que crecen, se desarrollan, evolucionan favorablemente a sus intereses y se vuelven referente de orden y progreso, no son aquellas en las que el Estado camina por un lado y ellas por otro, sino las que desenvuelven su actuación dentro del marco estricto del Estado, junto a él y en coincidencia con él, porque el Estado es la única garantía de implantación de un orden público y el único con potestades suficientes para obligar a todos a la estricta observancia de la ley y al respeto a la vida institucional.
Los creadores del Estado y el gobierno (Locke, Hobbes, Rousseau, Montesquiu) y sus refundadores (Maquiavelo, Voltaire, Condorcet y otros) no hicieron un ejercicio de “ebriedad” conceptual ni una faena de oratismo teórico, en el momento de hacer del Estado un ente superior a todos los que lo constituyen y una estructura capaz de superar los órdenes particulares en aras de que fuese la expresión suprema de una voluntad y de un orden general.
En la ausencia de Estado y de gobierno impera la ley de la selva, porque no hay un árbitro superior que modere y regule los apetitos particulares y establezca limitaciones al abuso y a la arbitrariedad de los más fuertes.
En la ausencia de Estado y de gobierno, es decir, de leyes y de instituciones fuertes, lo que suele prevalecer es el puño alzado, el grito crispado, el capricho de las minorías organizadas, la incontinencia contestataria y el relajamiento de toda noción de orden público, mientras se relega el peso simbólico y constitucional de las verdaderas mayorías y el respeto al principio de autoridad se vuelve accesorio, secundario, banal.
Bajo este supuesto de anarquía y vandalismo caen los profesores de la CNTE, aliados estratégicos del PRD en varios estados, cuya misión de vida pareciera ser la generación de conflictos y “desvielar” y distorsionar el modelo educativo; también, los seudoestudiantes de las escuelas normales que hay en el país, que literalmente se han vuelto una pesadilla social; además, el cúmulo de organizaciones de la sociedad civil partidarias del “borlote”, que solamente urden el debilitamiento y la puesta en jaque del régimen constitucional en las distintas entidades y el país, sin lograr la audacia teórica de proponer con claridad algo distinto o un diseño alternativo de nación serio y consistente.
En buena medida, el país fragmentado y hecho añicos que nos dejaron Fox y Felipe Calderón, al margen de lo que sí hicieron bien, se debe al “desamarre” de fuerzas sociales y corporativas que luego no supieron cómo controlar, y al aflojamiento de los hilos del control institucional, que terminó por generar un desorden y una violencia que han minado la fuerza y solidez que alguna vez tuvo el Estado mexicano.
El PRI, por su parte, ha preferido cohabitar con ese escenario de desorden para no poner en riesgo el proyecto sexenal de Enrique Peña Nieto, en lugar de tomar al astado por los cuernos y darle nuevas certezas de gobernabilidad a la República.
La estabilidad social y la gobernabilidad política, entre otros asuntos de nuestra vida pública, es lo que verdaderamente está en juego en el actual proceso electoral, sin que los candidatos fuertes hayan asumido una definición o hecho un pronunciamiento franco respecto a ellos.
Hacer campaña con el mismo “rollo” de otras contiendas y con las propuestas predecibles del pasado, es forjar el desierto de la uniformidad ahí donde lo que urge son propuestas y pronunciamientos de horizonte amplio.
Hay que ver que dicen los candidatos por Michoacán hoy, en el escenario de un debate que en realidad no lo es, para saber si se atreven a pasar del discurso soporífero al discurso fecundo y novedoso.