El sentido de la dignidad humana
Aspiramos a una vida digna, hermosa, tranquila, de riquezas abundantes. La alcanzamos cuando vivimos según los valores universales, espirituales que son el cimiento del edificio social y se expresan en los mandamientos: amarás a tu prójimo aunque sea tu enemigo, no robarás, no mentirás. La crisis de valores trascendentes es más grave que la de la producción. el empleo, el dinero. Dichos valores son las columnas del edificio social. Cuando se derrumban vamos a la ruina en el orden espiritual y en el orden material. La vida humana se vuelve un caos donde prolifera el crimen y el sufrimiento. Se escucha con frecuencia un dicho: no hay moral. Se perdió el sentido de la vergüenza, de la honorabilidad. Hay valores sagrados, inviolables, fundamentales: la persona humana y el bien común, la verdad y la honestidad. Contemplamos el panorama desastroso de una sociedad desquiciada, en completo desorden. La situación se vuelve contra nosotros, es el terror, la sangre derramada, el sufrimiento. En el tiempo de personas honorables, con dignidad el colmo de la deshonra era que se afirmara de alguien: no tiene vergüenza. Se sancionaba socialmente al delincuente, era una desgracia, la sanción social era mayor para el que no tenía vergüenza. Uno podía mentir, pero que duro era ser agarrado en la mentira. Era para exclamar: trágame tierra. Más concretamente: algunos poderosos de la sociedad no muestran moral en sus acciones ni asumen sus hechos inmorales. Tienen doble falta, cometen la acción inmoral y luego mienten. Pretenden quedar bien, aparecer como buenos y cargan con su falta y con su mentira. Es el caso de uno de ellos, que hizo de su Estado el más endeudado de México, trató de tapar el hecho, lo pusieron en evidencia. Endeudó y mintió, se habla de otras faltas graves. Tales hechos nos afecta a todos. Convierten la vida social en un infierno, todos los ilícitos y crímenes son posibles, con sus funestas consecuencias. En el pecado está la penitencia, los crímenes se vuelven contra la persona, desafortunadamente pagan la mayoría de justos por unos cuantos pecadores. Por eso estamos lejos de salir de al crisis hacia el progreso, la transparencia, lejos de dejar las aguas inmundas de la corrupción, la miseria material y el sufrimiento de los hombres de bien, sobre todo los pobres. No se pueden demoler los valores fundamentales: la honestidad por la que se hace el bien y se evita el mal. No se puede renunciar a la dignidad de la persona por la que se asume la responsabilidad de los hechos, se reconoce, se pide una disculpa, se reparan los hechos, se castiga al criminal (así sea influyente). Columna del edificio social es la verdad. Necesitamos hombres de la verdad, que conformen sus hechos y palabras con los grandes principios que profesan, que sus palabras sean coherentes con sus hechos. Deben tener la estatura moral para aceptar la responsabilidad de sus actos, reconocer sus maldades y errores, que no se crean superhombres purísimos, perfectos. Deben asumir su propia verdad de acuerdo a sus actos. El ciudadano común debe conocer a los aspirantes a los puestos públicos. No sólo se puede quedar en su sonrisa, tal vez seductora, no sólo en sus discursos que no cuesta nada adornar e inflar. Hay que conocer a la persona, sus realizaciones pasadas. El Evangelio es una guía de psicología social por la sabiduría del divino Maestro. El no se fiaba de las autoridades de su pueblo porque los conocía como eran. Ahí hay muchas alusiones a los buenos y malos pastores, éstos vienen sólo a robar y matar. Ahí encontramos el ideal del buen gobernante, Jesucristo. Nunca hubo engaño en su boca, él afirmó: yo he venido para que tengan vida y la tengan plena. Realizó el gesto más bello, dar su vida por sus amigos. Hizo el acto imposible, resucitó e inauguró el mundo de la verdad, la transparencia, la justicia, el amor y la paz. Nos da todavía una clave de alta psicología: por sus obras los conocerán. Un árbol malo no puede dar frutos buenos, no se recogen higos de los cardos. No se cosechan aguacates de exportación de los campos de sequía. Los ciudadanos del común tenemos la tarea: conocer a quienes quieren gobernarnos, para elegir al que valga. Tenemos elementos suficientes.