Asesinato del padre, una señal de Dios/Mateo Calvillo Paz
El asesinato del P, José Alfredo de la diócesis de Morelia es una señal de Dios, ¿Qué nos está diciendo en su muerte y en la de tantos hermanos y hermanas humildes que aparecen asesinados entre nosotros todos los días?
En la aldea global del mundo las noticias llegan todos los rincones del planeta.
Es importante aplicar la ley, como dice Silvano, en los hechos, no solo en el Informe.
Por lo demás ya sabemos quiénes son los asesinos: es la presencia del mal, el hombre se ha corrompido, vive sin Dios, el mal en su forma de arbitrariedad y maldad domina la vida social.
Se han perdido los valores humanos y divinos que nos distinguen como seres racionales. Se ha perdido el sentido de la ley que la autoridad no exige y que los ciudadanos quebrantan con descaro y cinismo.
Ya sabemos de esa fuerza misteriosa, de la solidaridad para el mal, el pecado del mundo como lo llama San Juan, el pecado de las estructuras sociales como los advierte el Documento de Puebla. La presencia del Mal, en forma visible o trágicamente visible, el Misterio de iniquidad al asecho.
Es la bestia del apocalipsis, con muchas cabezas y cuernos que mata y tritura en todas partes.
Detrás de los hombres criminales está el Maligno con su lógica perversa de destruir al hombre. Ha ocupado el espacio del país hasta los últimos rincones.
Los hombres se dejan atrapar por él porque se han alejado de Dios y prefieren la maldad, han perdido el sentido del bien.
La Iglesia, familia de Dios, formada por la jerarquía y el pueblo de Dios, los laicos (del griego laos, pueblo) tenemos una misión grande, a la medida de la situación gravísima.
La exigencia de Cristo, jefe de la Iglesia, es que tenemos que convertirnos a Dios. Es tiempo de anunciar la conversión, de gritarla por todos los medios, en todas las frecuencias. Los que han muerto no eran menos pecadores que ustedes. Si ustedes no se convierten igualmente van a morir, afirma el Mesías Jesús.
Es tiempo de dar testimonio de la conversión a Dios y de hacer una predicación intensiva.
La conversión es dejar limpiar esa parte de crimen, maldad que todos llevamos dentro, dejar las ambiciones de dinero, poder y placer y entrar en el camino de Cristo de sacrificio y austeridad.
Es cambiar de mentalidad: no creer que todo lo que hace el hombre es bueno, hay que renunciar al mal y hacer el bien.
Solos no podemos, necesitamos la fuerza, la sabiduría de Dios.
Hay que convertirse a la oración, pasar muchas horas, noches enteras ante él, para vencerlo y obtener su misericordia, orar intensamente por la conversión de las autoridades tienen mayor pecado.
El fruto de la conversión es la calma en la tormenta, la tranquilidad cuando Dios interviene. El verdadero creyente tiene una confianza a toda prueba y una esperanza que no se deja desconcertar.
La Iglesia católica fundada por Cristo, el Hijo de Dios debe cumplir tu misión de convertir a los pecadores.
El crimen organizado no se va a acabar con represión, aplastando y derramando sangre. Se va acabar cuando los criminales, los del crimen organizado, con sus cómplices y protectores se conviertan de la maldad al bien, del odio al amor.
La conversión de los pecadores es el proyecto de salvación que Dios tiene desde el comienzo de la historia.
Hay que enfocarse a eso, dejando las sacristías de las seguridades saliendo a la periferia existencial del crimen, según la expresión de Francisco Papa.
Es el sentido de la intervención de Dios en la historia y vida de los hombres, es su designio eterno que recorre la historia de la salvación, hilo conductor de la Biblia.
Evidentemente, la Iglesia no es solo la jerarquía o los `padrecitos`, abarca todo el pueblo de Dios. Se y decide la orientación de su vida y de la familia humana.
Una forma de ir la periferia del crimen organizado es denunciar el pecado, la maldad, injusticia y corrupción y la ira de Dios. Si esa fue la razón de la muerte del padre José Alfredo, dichoso él, bienaventurado. Los mártires escuchan la palabra del Redentor, hoy estarás conmigo en el paraíso. ¡Bienaventurado!
Los sacerdotes tienen el deber de denunciar la corrupción, las complicidades, el mal que se comete en el campo y la ciudad, a pesar del miedo por el peligro a los criminales que son vengativos y no tienen escrúpulos.
Debemos salvar a los criminales y a la familia humana.